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Hiragana o la escritura del cerezo
por Carla Padín

Hace mucho - tanto que no puedo recordar dónde - leí que los pájaros escribían con las huellas de sus patitas y con su caca. Pensé en el cielo y en los que en las estrellas pueden leer las constelaciones, en los que hablan del mundo como un libro que se puede leer. En las tantas escrituras. 

Y hace poco di con la bellísima explicación de que el hiragana - el silabario fonético japonés - surge de los trazos que dibuja en el aire la danza de las flores del cerezo al caer (1).

La historia de la escritura en Japón está completamente entramada con la historia de su cultura, sobre todo, de su estética. Porque en este país que encumbra la caligrafía como una de las bellas artes, el hiragana es una obra de arte, una creación estética.

Surge en la era Heian (794-1185) como la primera creación auténticamente japonesa y es el resultado de su larga separación de China, de cambiar los símbolos y virtudes chinas por otras elegidas por los japoneses.


La escritura se difunde en Japón durante la era Nara (710-794) y lo hace de dos maneras: en chino, que era la lengua culta (igual que en esta parte del mundo lo fue el latín) o en japonés, utilizando los caracteres chinos, a los que llaman kanjis, con un sonido diferente (ver la evolución de la escritura japonesa). 

 

En esta época China es admirada como la cuna de la cultura y la flor de ciruelo es venerada en los dos países como símbolo de heroísmo, resistencia y longevidad. El valor estético del momento lo constituía la idea de “makoto”: la unión natural de emoción, razón y voluntad. Había una belleza racional, una belleza emocional y una belleza de la voluntad. Y estas virtudes éticas se manifestaban en la estética de la flor de ciruelo. 

Durante la Era Nara se organizaban fiestas durante la floración de los ciruelos en las que los invitados se reunían en los jardines para admirar las flores, beber sake y escribir poemas a la manera china utilizando la escritura manyougana.


Esta estética, como tantas de las predominantes (¿todas?), tiene su correlato en lo político y lo social de la época: Japón se está unificando bajo el poder de un emperador y el budismo - importado de China - va acorralando al shintoísmo con sus tantos dioses kami. Es lógico que si se está construyendo un estado bajo un mando único se prefiera una religión con un solo Buda. Al punto de que era obligatorio que cada provincia tuviera como mínimo un templo budista, con su consiguiente gasto público.


En la época Heian todo cambia y el culto a la flor del ciruelo da paso a la veneración por la flor del cerezo. La influencia y los aportes de China retroceden, ya no se hacen excursiones a ese país para importar su cultura y Japón empieza a desplegar una estética propia. 

Así aparece el hiragana, al final del largo camino que empezara con los kanjis y que recorre en sucesivas estilizaciones impregnándose de toda esa transformación que va ocurriendo en la sensibilidad japonesa. Su creación y desarrollo se atribuye a las mujeres de la corte, a quienes no se animaba (dicho suavemente) a la escritura china pero sí - y constituía uno de los mayores encantos femeninos - a escribir poesía.


La revolución estética que supone el cambio de la flor del ciruelo a la flor del cerezo es también una revolución ética. De la firmeza y heroicidad de una flor en la rama en pleno invierno se pasa a considerar una sensibilidad refinada cuyos valores descansan en la fugacidad, en lo frágil y en la pasión tanto como en la compasión y los simbolizan en la belleza de la caída de las flores de cerezo. 


Lo sublime pasa del makoto a esas ideas - sentimientos tan difíciles de traducir que son el mono no aware y el wabi sabi. Tal vez, en castellano, lo que más se acerque sea decir que mono no aware remite a la emoción profunda que nos provocan las cosas de este mundo (y si la sentimos, tenemos la obligación de escribir un haiku para transmitirla) y que wabi sabi alude al “sabor” del tiempo.

El cerezo también recupera al shintoísmo porque crece silvestre en la montaña, territorio de kamis, y hay que reunirse en las montañas para festejar su floración, abandonar los jardines con sus ciruelos. Es un florecer de las creencias antiguas - antes de la era Nara - que afirmaban que los espíritus del país se encontraban exclusivamente en lo indígena.


Entonces la escritura, una de las artes practicadas por eruditos, comparte los valores de la estética de la poesía y la pintura y se crea a imagen y semejanza de la caída de las flores del cerezo.


Explica Herrero que el hiragana utiliza una tinta ligera que resalta los efectos de luz y sombra acentuando la sensación de fugacidad, que la asimetría de sus curvas desproporcionadas le dan un aire de caos y melancolía y que el desvanecimiento de las líneas reproducen la caída de las flores representando la belleza de lo efímero. Y compara la belleza solitaria de los kanjis - igual a la del ciruelo alrededor del cual los chinos se reunían a festejar - con la belleza de la continuidad y armonía de las sílabas del hiragana - igual a la del hanami, la fiesta japonesa que contempla las flores de los cerezos reuniéndose entre los muchos árboles en flor.

Así fue cómo la flor del cerezo se adueñó del sentir de los japoneses y en su caída les enseñó las bellas formas del hiragana. Para muestra, un haiku de Buson (1716 - 1784):

 

Cerezos en flor.

Ir y dormir entre ellos

¡qué pasatiempo!

 

 

1- Este artículo está basado y quiere ser un homenaje al libro “De la flor del ciruelo a la flor del cerezo” de Teresa Herrero (editorial Hiperión, 2004).

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