En un posterior viaje a Kyoto, volví a visitarle, y durante una merienda ofrecida por el maestro en su casa-estudio, le hablé de la posibilidad de viajar a Japón con algunos de mis alumnos de Madrid para tomar instrucciones con él. Esta propuesta fue recibida con gran aceptación por su parte, y casi de inmediato, comencé con los preparativos con ayuda de mis amigas Akiko y Reiko, al llegar de nuevo a Madrid.
Durante casi todo ese año estuvimos volcadas en la organización de un viaje de grupo, formado por algunos de los alumnos que aceptaron la invitación a acompañarme.
Con el fin de aprovechar al máximo la finalidad del viaje, se nos ocurrió programar algunas actividades relacionadas con la caligrafía y pintura japonesas, como las visitas a algunas fábricas y talleres de producción artesanal de pinceles, papeles y tinta, de las cuales hablaré más adelante a través de otros artículos.
Y después de mucho trabajo y una gran expectación, llegó el gran momento. Han sido quince días, sin duda, inolvidables para todos.
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Llegamos a Japón, después de un viaje largo pero muy divertido, un domingo, para comenzar las clases de shodo al día siguiente por la mañana. Akiko nos esperaba en la estación de Kyoto para acompañarnos a la casa de Hikita Sensei, ya que una de sus labores fue la de intérprete durante la duración de las clases. Yo estaba muy inquieta y con ganas de llegar ya a casa del maestro. Además, quería ver la cara de asombro de los alumnos al descubrir dónde íbamos a recibir las clases, sabía que se iban a emocionar muchísimo (igual que me pasó el año anterior a mí). Les había hablado mucho sobre aquella casa, una arquitectura de 300 años de antigüedad, la cual, a pesar de haber recibido algunas reformas, mantenía totalmente la estructura y estilo tradicional japonés. Al atravesar la puerta de la entrada, un ciruelo tan antiguo como la misma residencia nos recibía, y cruzando el noren
de la casa, Hikita Sensei y su esposa Hiroko-san, nos estaban esperando sonrientes.
Ya en el mismo recibidor pudimos disfrutar de varias obras de caligrafía que colgaban de las paredes, muebles tallados de estilo chino antiguos, y cómo no, un ikebana
acorde a la estación de otoño, que protagonizaba la estancia.