Volviendo a la práctica, una dificultad añadida al ejercicio de escritura consistió en conectar con una línea delicada pero visible las dos letras (en realidad sílabas) que componían cada uno de los nombres de las estaciones del año en japonés: haru, natsu, aki y fuyu. Algo nuevo para muchos, ya que este tipo de escritura ininterrumpida, llamada renmen, no todos han podido aprender aún durante mis clases. A todos nos gustó la sensación que provoca en uno cuando se realiza esta escritura tan sutil.
Mientras todos nos concentrábamos en nuestros respectivos trabajos, el maestro aprovechó la presencia de Luciana aquel día, para compartir con ella algunos de sus conocimientos acerca de la pintura, y después de ofrecerle su caja de acuarelas gansai, la dejó trabajando en la mesa donde se encontraba sentada, en el suelo, para que trabajara la pintura de algunos crisantemos y hablar también sobre los nudos del bambú y sus ramitas. De vez en cuando la observaba, algo que conseguía sacarme una sonrisa, ya que siempre disfruto de verla tomar su pincel. Me alegré muchísimo de que estuviera allí al fin, compartiendo cada momento con nosotros, pues sin ella sentía que faltaba algo. Como el campo estudiado por Luciana no era precisamente la caligrafía, Hikita Sensei no dudó en mostrarle algunos libros dedicados a la pintura publicados por su maestro y también desenrolló varias de las piezas que custodiaba, para que ella pudiera disfrutarlas y, cómo no, analizarlas y así aprender de ellas.
El tiempo volaba, y muy a nuestro pesar, llegaba el último día de práctica en la que ya nos sentíamos como en nuestra propia casa, gracias a sus atentos y cariñosos anfitriones. Muchos ya comenzábamos a echar de menos este lugar y a su familia incluso antes de entrar, pero rápidamente la alegría volvía a apoderarse de nosotros en cuanto Hikita Sensei nos daba los buenos días y Hiroko-san nos animaba a subir al estudio mientras nos saludaba con sus profundas reverencias. En realidad, no podíamos ser más felices…